LA VERDAD
Sobre la verdad y los criterios de verdad, lo que llamo “ergometría de las evidencias”, he escrito en varios libros. Ahora se me plantea una pregunta: ¿Estas ideas están suficientemente corroboradas como para incluirlas en un libro de texto? Escribir un libro de texto es una gran responsabilidad, que me tomo muy en serio. Además, explicar estos temas a gente muy joven es una especie de ordalía. Una prueba del fuego. Si consigo hacerlo bien, con rigor y claridad, me reafirmaré en lo que pienso. Mi punto de partida es husserliano. Todo acto de conciencia hace presente un objeto “mentado” o un objeto dado “en persona”. “Una montaña de cristal” es un objeto mentado; “la mesa que veo” es un objeto dado en persona.
Cuando veo algo, cuando entiendo ciertas proposiciones, el objeto de presenta con una claridad y fuerza que no puedo negarme a aceptar. “Lo que veo, lo veo”, “lo que creo, lo creo”, “lo que siento, lo siento”, es decir, estoy seguro de ello. No puedo negar que tengo la mesa delante de mí. Esa claridad impositiva, esa presencia que se me impone, es lo que llamo “evidencia”. Este era el primer principio del conocimiento señalado por Husserl: “No puedo de dejar de afirmar lo que se presenta a mi conciencia dotado de evidencia”. Estoy sentado, escribo en el ordenador, estoy interesado en lo que escribo, el triángulo tiene tres lados, sus ángulos suman dos rectos, creo en la perfectibilidad de la naturaleza humana. El sol se mueve en el cielo. Nace por el este y se pone por el oeste.
Esta última afirmación me plantea un problema. Desde mi ventana veo como el sol se mueve, es una evidencia perceptiva, y, sin embargo, sé que no se mueve, que soy yo (la Tierra) la que se mueve. Aparece aquí la experiencia del error. Una creencia firme es tachada, dinamitada, por una experiencia o por una creencia más fuerte. La experiencia del error es frecuentísima. Estaba seguro de que había apagado la luz de mi despacho al salir, pero al volver he comprobado que estaba equivocado. Creía que Carlos era una persona honrada, pero he comprobado que es un ladrón. Pensaba que había resuelto bien el problema de matemáticas, pero había cometido un error. De aquí sale el segundo principio del conocimiento: “Toda evidencia puede ser tachada, anulada, por una evidencia más fuerte”.
El progreso del conocimiento consiste, precisamente, en encontrar evidencias cada vez más fuertes, mejor fundadas. Pero ¿cómo podemos saber que una creencia es más fuerte que otra, que una evidencia es más poderosa? Midiendo su fuerza. Aplicándola un criterio de evaluación. Una parte importante de la filosofía se dedica a estudiar la “ergometría de las evidencias”. La palabra “ergometria” deriva de dos palabras griegas “ergon”, fuerza, y “metros”, medida. Se trata de medir la fuerza de las evidencias. Cuando una teoría científica se enfrenta con otra –por ejemplo, cuando el modelo astronómico moderno que sostenía que la tierra giraba alrededor del sol se opuso al modelo antiguo que decía lo contrario- acaba venciendo la que tiene más fuerza racional, la que aporta más pruebas, y está mejor corroborada.
El tema de la evidencia es central en la historia de la filosofía, mucho anterior a Descartes, aunque Descartes la pusiera de moda. Cuando Spinoza dice que la verdad es su propio índice, “la norma de sí misma y de lo falso”, se está refiriendo a ese esplendor de la verdad. Cuando Heidegger insiste en la verdad como “aletheia”, como descubrimiento, patencia, luminosidad, está hablando de la evidencia de la verdad. Me parece que este enfoque es verdadero y útil para los alumnos. Permite, por ejemplo, explicar el progreso de la ciencia, criticar todos los fanatismos, justificar la necesidad de estar “midiendo continuamente nuestras evidencias”, porque como decía mi admirado Antonio Machado:
En mi soledad
He visto cosas muy claras
Que no son verdad.
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