miércoles, 5 de diciembre de 2007

La verdad y la razón

Continúo explicándome la unidad 6 del libro de filosofía de bachillerato:
La verdad y la razón. De esta idea de la “evidencia” como último pero poco fiable fundamento de la verdad, deriva una doble concepción de la verdad:
  • Definición ideal de la verdad: es la adecuación o concordancia entre el pensamiento y la realidad.
  • Definición real de la verdad: es lo alcanzado en un proceso de corroboración o verificación. Lo que ha resistido las críticas, lo que permite construir sobre ello.

Esto nos lleva a otro asunto. ¿Cómo se consigue esa verificación? ¿Cómo se alcanza una evidencia fuerte? Mediante la colaboración de la experiencia y del pensamiento. No de cualquier pensamiento, sino del “pensamiento racional”. Aparece aquí el tema de la razón. La inteligencia tiene como meta dirigir bien el comportamiento para resolver los problemas teóricos y prácticos con los que se enfrenta el ser humano. Es la categoría gnoseológica más amplia. Para conseguir ese fin utiliza la percepción, la memoria, el lenguaje, la imaginación, los sentimientos, la atención, el pensamiento. La inteligencia usa racionalmente el pensamiento cuando pretende conseguir fundamentar racionalmente sus creencias o sus decisiones. Esto da lugar a dos tipos de racionalidad -es decir, de uso racional de la inteligencia- la teórica, que se ocupa de conocer la realidad, y la práctica, que se encarga de conocer el modo mejor de dirigir la acción. Ambas racionalidades se enfrentan al problema de enunciar sus propias verdades, y de elaborar los criterios de evaluación para saber que son verdades.

  • Ejemplo de verdades teóricas: la energía es igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.
  • Ejemplo de verdades prácticas: el ser humano está dotado de dignidad, de la que derivan derechos que deben ser respetados por todos.

Muchos filósofos y científicos señalan que sólo puede haber verdades teóricas, porque las verdades prácticas incluyen “valores”, “deberes”, “derechos” conceptos que no pueden sacarse de la naturaleza. Como señaló Hume, en la realidad hay “seres”, en la moral “deberes”, y del “ser” no se puede pasar al “deber ser”. Esos filósofos tienen razón si admitimos una idea de la verdad como adecuación. Los deberes no son lo que hay, sino lo que sería bueno que hubiera. Pero desde una teoría de la verdad como justificación racional, como verificación, como comprobación de la fuerza de una evidencia práctica sobre otra evidencia práctica, puede hablarse de verdad. Una teoría ética puede estar mejor verificada o fundamentada que otra, y lo mismo sucede con las teorías metafísicas. Así considerada, la verdad no es más que el esfuerzo de verificación.
Otro asunto que me interesa especialmente es el aspecto moral de la verdad. La racionalidad, la búsqueda de la verdad práctica y de la verdad teórica, es una obligación moral. ¿Por qué el uso racional de la inteligencia es moralmente mejor que el uso irracional de la inteligencia? Traté este asunto en “Ética para náufragos” (cap.V). Porque es la que nos permite huir de la violencia, el fanatismo, la incomprensión, es decir, porque es “el uso de la inteligencia” adecuado para construir el Gran proyecto Ético. Si el pensamiento mágico fuera más eficaz para este objetivo, sería moralmente mejor. Esto lo he ido precisando en varios libros. Por ejemplo, el derecho a la “libertad de expresión” o a la “libertad de conciencia” tiene como deber inexcusable el “derecho de buscar evidencias más fuertes”. La diferencia entre evidencias privadas y evidencias universales está en el centro de “Dictamen sobre Dios” y sobre todo de “Por qué soy cristiano”. En “Ética para náufragos” justificaba la elección ética de la racionalidad frente a la irracionalidad:

“El uso no racional de la inteligencia, al que llamaré irracional, supone el enclaustramiento en la evidencia privada y el rechazo de toda crítica. Es la altanería de la propia opinión. Mi propósito es mostrar que el irracionalismo es malo porque desemboca en la violencia, el escepticismo, el dogmatismo y la tiranía, y esas cuatro cosas son falsas o malas o ambas cosas. Vamos a movernos en el nivel de la “explicación de lo implícito: quien niega la racionalidad afirma -lo sepa o no- la violencia y todo lo demás (….)"

"La irracionalidad incluye la violencia, basta desplegar las implicaciones de la irracionalidad para comprenderlo. La convivencia humana conduce a conflictos. Al fin y al cabo, el enfrentamiento, el problema, el fracaso en la comunicación son una de las razones de la existencia de las morales. La libertad produce divergencias. Los cardúmenes no necesitan reglas de tráfico: evolucionan acompasadamente. Sólo se me ocurren tres maneras de solventar los conflictos que los enfrentados deseos humanos plantean: la fuerza, la razón y los sentimientos benevolentes.

Comenzaré por el final: parece que la solución más amable y humana es la que apela a los sentimientos benevolentes. Una humanidad arrebatada de amor mutuo alcanzaría fácilmente la felicidad. Sospecho que esta solución elude el problema. Ni siquiera el amor puede prescindir de la inteligencia. En último término, lo que hace de él un medio eficaz de convivencia es que se trata de un sentimiento racional, es decir, que tiene en cuenta las evidencias ajenas y que, por definición, sobrepasa la clausura de la propia evidencia. Sin la inteligencia cualquier buen sentimiento puede ser muy ciego (….)"

"La negación de la razón, es decir, de la posibilidad de pasar de la evidencia privada a otra intersubjetiva, produce consecuencias opuestas: el escepticismo y el dogmatismo. El pensamiento de Nietzsche y el de Unamuno nos permiten ver escrito el desarrollo entero del irracionalismo. “La razón es enemiga de la vida. La razón mata”, escribe Unamuno. “Una ilusión que resulte práctica, que nos lleve a un acto que tienda a conservar o acrecentar o intensificar la vida, es una impresión tan verdadera como la que puedan comprobar más escrupulosamente todos los aparatos científicos que se inventen. La vida es el criterio de la verdad, y no la concordancia lógica que lo es solo de la razón. Si mi fe me lleva a crear o aumentar vida, ¿para qué quereis más pruebas de mi fe? Cuando las matemáticas matan, son mentira las matemáticas”.

Nietzsche también afirma el carácter vital de la verdad, y acaba confundiendo la fuerza de la evidencia con la fuerza a secas. Los hombres quedan irremisiblemente separados en sanos y enfermos, en fuertes y débiles, en superiores e inferiores, la conclusión es fácil de sacar: “Es necesario”, escribe, “que los hombres superiores declaren la guerra a las masas”. La fuerza no necesita justificación. Simone de Beauvoir resume así todo lo que he dicho: “Lo que distingue al tirano del hombre de buena voluntad es que el primero descansa en la certidumbre de sus objetivos, mientras que el segundo se pregunta incesantemente: ¿Trabajo en verdad por la liberación de los hombres? ¿Dicho fin no está puesto en duda por los sacrificios a través de los cuales lo entreveo?"(Para una moral de la ambigüedad, p.128)".

Vuelvo a decir que podemos justificar verdades prácticas. Pondré un ejemplo. Yo no puedo decir que una Constitución política es verdadera. No tiene sentido, porque no hay una realidad independiente de la constitución con la que compararse y, además, porque incluye exigencias, deberes, derechos, que no tienen que ver con la idea de verdad. Pero puedo preguntar: ¿Es la Constitución Española la mejor constitución posible? Y, lo que es más importante, puedo justificar mi respuesta. Me parece que la teoría de la verdad que mantengo está lo suficientemente corroborada como para poder enseñársela a nuestros alumnos.

martes, 4 de diciembre de 2007

El capítulo del conocimiento y la verdad

Voy a redactar la UNIDAD SEXTA del libro de Filosofía, que trata del conocimiento y la verdad. Antes de hacerlo, quiero explicármela a mi mismo, para ver si tengo ideas claras sobre el tema. Esta unidad me parece, desde el punto de vista filosófico, la más importante del libro. La que determina el contenido y las posibilidades de todas las demás. Trata del conocimiento, de la verdad y de los criterios de verdad, asunto cada vez más absorbente en la historia de la filosofía. Desde el punto de vista educativo, también es un tema fundamental, porque es el que va a permitir fundamentar un pensamiento crítico. Si no hay manera de distinguir lo verdadero de lo falso, el único criterio para criticar es el propio interés o las propias preferencias. La filosofía -como amor a la sabiduría- se convierte en un espejismo si no hay sabiduría que amar.
LA VERDAD
Sobre la verdad y los criterios de verdad, lo que llamo “ergometría de las evidencias”, he escrito en varios libros. Ahora se me plantea una pregunta: ¿Estas ideas están suficientemente corroboradas como para incluirlas en un libro de texto? Escribir un libro de texto es una gran responsabilidad, que me tomo muy en serio. Además, explicar estos temas a gente muy joven es una especie de ordalía. Una prueba del fuego. Si consigo hacerlo bien, con rigor y claridad, me reafirmaré en lo que pienso. Mi punto de partida es husserliano. Todo acto de conciencia hace presente un objeto “mentado” o un objeto dado “en persona”. “Una montaña de cristal” es un objeto mentado; “la mesa que veo” es un objeto dado en persona.
Cuando veo algo, cuando entiendo ciertas proposiciones, el objeto de presenta con una claridad y fuerza que no puedo negarme a aceptar. “Lo que veo, lo veo”, “lo que creo, lo creo”, “lo que siento, lo siento, es decir, estoy seguro de ello. No puedo negar que tengo la mesa delante de mí. Esa claridad impositiva, esa presencia que se me impone, es lo que llamo “evidencia”. Este era el primer principio del conocimiento señalado por Husserl: “No puedo de dejar de afirmar lo que se presenta a mi conciencia dotado de evidencia”. Estoy sentado, escribo en el ordenador, estoy interesado en lo que escribo, el triángulo tiene tres lados, sus ángulos suman dos rectos, creo en la perfectibilidad de la naturaleza humana. El sol se mueve en el cielo. Nace por el este y se pone por el oeste.
Esta última afirmación me plantea un problema. Desde mi ventana veo como el sol se mueve, es una evidencia perceptiva, y, sin embargo, sé que no se mueve, que soy yo (la Tierra) la que se mueve. Aparece aquí la experiencia del error. Una creencia firme es tachada, dinamitada, por una experiencia o por una creencia más fuerte. La experiencia del error es frecuentísima. Estaba seguro de que había apagado la luz de mi despacho al salir, pero al volver he comprobado que estaba equivocado. Creía que Carlos era una persona honrada, pero he comprobado que es un ladrón. Pensaba que había resuelto bien el problema de matemáticas, pero había cometido un error. De aquí sale el segundo principio del conocimiento: “Toda evidencia puede ser tachada, anulada, por una evidencia más fuerte”.
El progreso del conocimiento consiste, precisamente, en encontrar evidencias cada vez más fuertes, mejor fundadas. Pero ¿cómo podemos saber que una creencia es más fuerte que otra, que una evidencia es más poderosa? Midiendo su fuerza. Aplicándola un criterio de evaluación. Una parte importante de la filosofía se dedica a estudiar la “ergometría de las evidencias”. La palabra “ergometria” deriva de dos palabras griegas “ergon”, fuerza, y “metros”, medida. Se trata de medir la fuerza de las evidencias. Cuando una teoría científica se enfrenta con otra –por ejemplo, cuando el modelo astronómico moderno que sostenía que la tierra giraba alrededor del sol se opuso al modelo antiguo que decía lo contrario- acaba venciendo la que tiene más fuerza racional, la que aporta más pruebas, y está mejor corroborada.
El tema de la evidencia es central en la historia de la filosofía, mucho anterior a Descartes, aunque Descartes la pusiera de moda. Cuando Spinoza dice que la verdad es su propio índice, “la norma de sí misma y de lo falso”, se está refiriendo a ese esplendor de la verdad. Cuando Heidegger insiste en la verdad como “aletheia”, como descubrimiento, patencia, luminosidad, está hablando de la evidencia de la verdad. Me parece que este enfoque es verdadero y útil para los alumnos. Permite, por ejemplo, explicar el progreso de la ciencia, criticar todos los fanatismos, justificar la necesidad de estar “midiendo continuamente nuestras evidencias”, porque como decía mi admirado Antonio Machado:
En mi soledad
He visto cosas muy claras
Que no son verdad.