La verdad y la razón. De esta idea de la “evidencia” como último pero poco fiable fundamento de la verdad, deriva una doble concepción de la verdad:
- Definición ideal de la verdad: es la adecuación o concordancia entre el pensamiento y la realidad.
- Definición real de la verdad: es lo alcanzado en un proceso de corroboración o verificación. Lo que ha resistido las críticas, lo que permite construir sobre ello.
Esto nos lleva a otro asunto. ¿Cómo se consigue esa verificación? ¿Cómo se alcanza una evidencia fuerte? Mediante la colaboración de la experiencia y del pensamiento. No de cualquier pensamiento, sino del “pensamiento racional”. Aparece aquí el tema de la razón. La inteligencia tiene como meta dirigir bien el comportamiento para resolver los problemas teóricos y prácticos con los que se enfrenta el ser humano. Es la categoría gnoseológica más amplia. Para conseguir ese fin utiliza la percepción, la memoria, el lenguaje, la imaginación, los sentimientos, la atención, el pensamiento. La inteligencia usa racionalmente el pensamiento cuando pretende conseguir fundamentar racionalmente sus creencias o sus decisiones. Esto da lugar a dos tipos de racionalidad -es decir, de uso racional de la inteligencia- la teórica, que se ocupa de conocer la realidad, y la práctica, que se encarga de conocer el modo mejor de dirigir la acción. Ambas racionalidades se enfrentan al problema de enunciar sus propias verdades, y de elaborar los criterios de evaluación para saber que son verdades.
- Ejemplo de verdades teóricas: la energía es igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.
- Ejemplo de verdades prácticas: el ser humano está dotado de dignidad, de la que derivan derechos que deben ser respetados por todos.
Muchos filósofos y científicos señalan que sólo puede haber verdades teóricas, porque las verdades prácticas incluyen “valores”, “deberes”, “derechos” conceptos que no pueden sacarse de la naturaleza. Como señaló Hume, en la realidad hay “seres”, en la moral “deberes”, y del “ser” no se puede pasar al “deber ser”. Esos filósofos tienen razón si admitimos una idea de la verdad como adecuación. Los deberes no son lo que hay, sino lo que sería bueno que hubiera. Pero desde una teoría de la verdad como justificación racional, como verificación, como comprobación de la fuerza de una evidencia práctica sobre otra evidencia práctica, puede hablarse de verdad. Una teoría ética puede estar mejor verificada o fundamentada que otra, y lo mismo sucede con las teorías metafísicas. Así considerada, la verdad no es más que el esfuerzo de verificación.
Otro asunto que me interesa especialmente es el aspecto moral de la verdad. La racionalidad, la búsqueda de la verdad práctica y de la verdad teórica, es una obligación moral. ¿Por qué el uso racional de la inteligencia es moralmente mejor que el uso irracional de la inteligencia? Traté este asunto en “Ética para náufragos” (cap.V). Porque es la que nos permite huir de la violencia, el fanatismo, la incomprensión, es decir, porque es “el uso de la inteligencia” adecuado para construir el Gran proyecto Ético. Si el pensamiento mágico fuera más eficaz para este objetivo, sería moralmente mejor. Esto lo he ido precisando en varios libros. Por ejemplo, el derecho a la “libertad de expresión” o a la “libertad de conciencia” tiene como deber inexcusable el “derecho de buscar evidencias más fuertes”. La diferencia entre evidencias privadas y evidencias universales está en el centro de “Dictamen sobre Dios” y sobre todo de “Por qué soy cristiano”. En “Ética para náufragos” justificaba la elección ética de la racionalidad frente a la irracionalidad:
“El uso no racional de la inteligencia, al que llamaré irracional, supone el enclaustramiento en la evidencia privada y el rechazo de toda crítica. Es la altanería de la propia opinión. Mi propósito es mostrar que el irracionalismo es malo porque desemboca en la violencia, el escepticismo, el dogmatismo y la tiranía, y esas cuatro cosas son falsas o malas o ambas cosas. Vamos a movernos en el nivel de la “explicación de lo implícito: quien niega la racionalidad afirma -lo sepa o no- la violencia y todo lo demás (….)"
"La irracionalidad incluye la violencia, basta desplegar las implicaciones de la irracionalidad para comprenderlo. La convivencia humana conduce a conflictos. Al fin y al cabo, el enfrentamiento, el problema, el fracaso en la comunicación son una de las razones de la existencia de las morales. La libertad produce divergencias. Los cardúmenes no necesitan reglas de tráfico: evolucionan acompasadamente. Sólo se me ocurren tres maneras de solventar los conflictos que los enfrentados deseos humanos plantean: la fuerza, la razón y los sentimientos benevolentes.
Comenzaré por el final: parece que la solución más amable y humana es la que apela a los sentimientos benevolentes. Una humanidad arrebatada de amor mutuo alcanzaría fácilmente la felicidad. Sospecho que esta solución elude el problema. Ni siquiera el amor puede prescindir de la inteligencia. En último término, lo que hace de él un medio eficaz de convivencia es que se trata de un sentimiento racional, es decir, que tiene en cuenta las evidencias ajenas y que, por definición, sobrepasa la clausura de la propia evidencia. Sin la inteligencia cualquier buen sentimiento puede ser muy ciego (….)"
"La negación de la razón, es decir, de la posibilidad de pasar de la evidencia privada a otra intersubjetiva, produce consecuencias opuestas: el escepticismo y el dogmatismo. El pensamiento de Nietzsche y el de Unamuno nos permiten ver escrito el desarrollo entero del irracionalismo. “La razón es enemiga de la vida. La razón mata”, escribe Unamuno. “Una ilusión que resulte práctica, que nos lleve a un acto que tienda a conservar o acrecentar o intensificar la vida, es una impresión tan verdadera como la que puedan comprobar más escrupulosamente todos los aparatos científicos que se inventen. La vida es el criterio de la verdad, y no la concordancia lógica que lo es solo de la razón. Si mi fe me lleva a crear o aumentar vida, ¿para qué quereis más pruebas de mi fe? Cuando las matemáticas matan, son mentira las matemáticas”.
Nietzsche también afirma el carácter vital de la verdad, y acaba confundiendo la fuerza de la evidencia con la fuerza a secas. Los hombres quedan irremisiblemente separados en sanos y enfermos, en fuertes y débiles, en superiores e inferiores, la conclusión es fácil de sacar: “Es necesario”, escribe, “que los hombres superiores declaren la guerra a las masas”. La fuerza no necesita justificación. Simone de Beauvoir resume así todo lo que he dicho: “Lo que distingue al tirano del hombre de buena voluntad es que el primero descansa en la certidumbre de sus objetivos, mientras que el segundo se pregunta incesantemente: ¿Trabajo en verdad por la liberación de los hombres? ¿Dicho fin no está puesto en duda por los sacrificios a través de los cuales lo entreveo?"(Para una moral de la ambigüedad, p.128)".
Vuelvo a decir que podemos justificar verdades prácticas. Pondré un ejemplo. Yo no puedo decir que una Constitución política es verdadera. No tiene sentido, porque no hay una realidad independiente de la constitución con la que compararse y, además, porque incluye exigencias, deberes, derechos, que no tienen que ver con la idea de verdad. Pero puedo preguntar: ¿Es la Constitución Española la mejor constitución posible? Y, lo que es más importante, puedo justificar mi respuesta. Me parece que la teoría de la verdad que mantengo está lo suficientemente corroborada como para poder enseñársela a nuestros alumnos.
3 comentarios:
Esto es una prueba.
Esto es una segunda prueba
Y esta es una tercera.
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