Sin duda, los problemas filosóficos no están definitivamente resueltos, pero eso no quiere decir que el avance sea imposible. Este libro de texto es “epistemológicamente optimista”. Por eso insiste mucho en los criterios de verdad. Debemos estudiar la historia de la filosofía, pero como un medio para percatarnos de la densidad de los problemas y de la variedad de las soluciones propuestas, sin deslizarnos hacia un escepticismo histórico.
La historia de la filosofía no es un museo de ocurrencias brillantes, es el despliegue de una experiencia exploradora. En todo caso, resulta más apasionante seguir las indicaciones de Hegel: la verdad está en la totalidad, es decir, en esa dialéctica de soluciones que se oponen a soluciones, y que nos presentan la complejidad de los problemas y de la realidad.
Con los conocimientos necesarios para hablar filosóficamente, la competencia filosófica exige movilizar el deseo básico, que es la búsqueda de la felicidad privada y pública. Nunca debemos olvidar ese enlace. Además, hay que fomentar los sentimientos que conducen a la búsqueda de la verdad, los hábitos racionales, las “virtudes filosóficas”, ya estudiadas desde Platón, de las que podemos subrayar las siguientes:
Virtudes de la imparcialidad. Incluyen cualidades particulares como:
- Apertura a las ideas de los otros.
- Deseo de intercambiar ideas y de aprender de los demás.
- Liberación del apasionamiento que conduce a interpretaciones sesgadas.
- Vivo sentido de la propia falibilidad.
- Capacidad de razonar, argumentar y comprender los argumentos.
- Decisión de usar racionalmente la inteligencia, es decir, empeño en buscar verdades y valores universales.
- Aplicación rigurosa de los criterios de verdad.
Virtudes del coraje intelectual
- No ceder ante las creencias ambientales.
- Perseverar en la búsqueda del conocimiento.
- Tener la valentía de mantener las opiniones que se creen justificadas.
- Tener la valentía de rendirse ante las evidencias más fuertes.
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